EDITORIAL DE PRESENTACION EN EL QUE NO DECIMOS A NADIE EL HUECO QUE VENIMOS A LLENAR
Hasta hace muy pocos años, la Informática era una especie de Ciencia oculta. Los ordenadores eran enormes, carísimos y los manejaban señores muy serios que usaban invariablemente bata blanca y un lenguaje incomprensible para el resto de los mortales. Por ello, los ciudadanos corrientes asociábamos el ordenador con el ambiente inquietante y atemorizador de un quirófano o de un templo antiguo de una deidad moderna.
Hoy los niños aprenden lo que es un bit antes de abandonar por completo el chupete, y por supuesto, saben decir «Spectrum» o «interface», antes que «Mesopotamia» o «paralelepípedo», palabra esta última, por cierto, cuyo significado hemos olvidado hace tiempo, si es que alguna vez lo supimos.
Sin embargo, a pesar de que el ordenador personal es ya un objeto tan cotidiano en millones de hogares como el tresillo o la minipimer, todavía desata en muchas cabezas, y en muchas publicaciones, un antiguo respeto, una vieja reverencia, que ha llegado el tiempo de desechar del todo.
La postura de quienes hacemos Micromanía (por cierto, hermanos gemelos, la mayoría de nosotros, y del mismo nombre, de quienes hacen Microhobby Semanal) es la de que los ordenadores, los micros, o como queramos llamarlos, son magníficos instrumentos de experimentación y diversión, al alcance de todos, y no objetos sagrados o mágicos.
Cuando en ocasiones leemos en sesudos periódicos, insignes ladrillos del país, consideraciones de gran altura filosófica sobre los peligros que entraña el ordenador para la juventud, porque se pasa horas ante ellos matando marcianos, nos tiramos al suelo de risa. Quienes hablan de estos peligros son los bisnietos en línea directa de quienes proclamaron en su tiempo que el tren era un invento del diablo. En el fondo, la familiaridad de la juventud, y hasta de la más tierna infancia, con sus pequeños y potentes micros, les produce alarma y zozobra. En el subconsciente de muchos anida la preocupación de que los hijos de cada vecino crezcan con el dominio de una tecnología que ellos se sienten incapaces, no ya de dominar, sino siquiera de entender.
También está la protesta cretina de aquellos que piensan que los ordenadores personales sólo deberían servir para aprender geometría, resolver ecuaciones en las escuelas, o llevar la contabilidad del ama de casa o de la farmacia de abajo. Tampoco han entendido nada estos señores. Cualquier adicto a los más variados (y en apariencia triviales) usos de un pequeño 48K, podría dar fe de que un ordenador, como dijo Isaac Asimov, es la única herramienta ante la cual es imposible no aprender. Nosotros, y vosotros, lectores, aprendemos con ellos, incluso cuando matamos marcianos, actividad ésta, por cierto, bastante más inofensiva y pacífica que la que practican millones de espectadores de fútbol cada domingo.
Todo esto, y mas cosas, que pensamos quienes hacemos y haremos Micromanía, se verá reflejada en estas páginas. Una revista de adictos y pará adictos que sale hoy al mercado y que, seguramente, no viene «a llenar un hueco» en ninguna parte, como se dice siempre, porque aquí lo que hacemos son revistas, y los baches que los rellene el Ayuntamiento.
Lo que sí esperamos que se note es que nos divierte todo esto, y que pretendemos divertir, si nos sale bien, a los lectores. No es ésta, por lo tanto, una revista seria sobre micros, en el sentido convencional de la palabra. Tampoco tenemos del todo claro qué es, exactamente, Micromanía, ni vamos a definirla aquí como si fuera un dogma inamovible, aunque sí tenemos bastante claro lo que no queremos que sea. Micromanía es lo que parece, y será lo que hagamos de ella entre todos, muy especialmente incluidos nuestros lectores. Procuraremos estar a la última en programas, juegos y novedades diversas y le abriremos las tripas a todo aquello que se nos ponga por delante, para que en nuestras páginas encontréis la mejor ayuda a vuestra afición.
No faltarán los artículos técnicos sobre máquinas, lenguajes, etcétera, o buenos juegos para dejarse las pestañas tecleando, que siempre es una forma instructiva y amena de coleccionar dioptrías. Estaremos muy abiertos a vuestras sugerencias y poco a las sugerencias interesadas de fabricantes y distribuidores, aunque sabemos que esta postura suele ser la vía más rápida que se conoce para perder con rapidez un buen empleo en la Prensa.
En fin, haremos Micromanía cada mes lo mejor que sepamos, y os pedimos vuestra ayuda y apoyo. El próximo número será mucho mejor que éste, como sucede siempre, porque todo primer número es el producto de un terremoto, y cuando leais estas líneas varios de nosotros sufriremos castigo de cara a la pared por las erratas y fallos que, invariablemente, aparecerán imprésas, y que, maldita sea, a l jefe no se le escapan nunca.
Al menos, vosotros sed benévolos. Hasta el mes que viene.